El control de gestión como disciplina específica se desarrolló vigorosamente en la segunda mitad del siglo XX en todo el entorno occidental. La creación de valor como eje fundamental de cualquier compañía, unida a la separación entre la propiedad y la gestión en las sociedades de tamaño medio y grande, impulsó a los directivos a escrutar su gestión con el fin de garantizar la rentabilidad exigida tanto de los activos invertidos como para los accionistas. El elevado coste de oportunidad para estos, derivado de las alternativas de inversión cada vez más evidentes dado el impulso tecnológico experimentado en los mercados financieros, ha exacerbado la competencia por los recursos de financiación, paralelamente a la creciente competencia por la captación de clientes. Todo ello exige que las empresas perfeccionen sus sistemas de información y control.